miércoles, 8 de junio de 2016

UNAS PALABRAS DE FERNANDO SABIDO SOBRE MI LIBRO

“Historia de un jardín muerto y de un pájaro rojo”

Este es el primer libro en solitario de María José Vidal, nacida en El Ferrol, gallega y canaria de adopción, donde reside desde hace algunos años. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Santiago de Compostela y profesora de Lengua y Literatura españolas. Este es su primer libro en solitario, editado por Ediciones Vitruvio, al que preceden otras publicaciones colectivas, tanto poesía como relato. También ha publicado poemas en medios de comunicación como "El Correo Gallego" o "El País".


“He muerto en el viento, en cada flor que cae he muerto”.

La infancia de María José murió sin vida, sin vivirla, ¿y podemos llamar vida la que viven los pájaros rojos, que habitan nidos construidos con hilos de tinieblas, en jardines que han muerto?

Son tinieblas que habitan un alma todavía intacta, que teje muñecas de sombras en un futuro pretérito, que avanza hacia un exilio que no merecen las culpas ajenas.

Es la historia de un jardín muerto y de un pájaro rojo, un compendio de imágenes, imágenes oscuras de noches desveladas, en las que se le aparecen poetas suicidas que muestran la fotografía de un cuerpo plagado de heridas ulceradas, quizás de un padre firme en su autoritarismo convicto, verdugo ejecutor semejante a esa pléyade de seres iluminados que nos robaron los sueños a muchos de los niños y jóvenes de entonces.

Y vinieron más sombras que ocultaron los espejos en los pasillos de la soledad. Solo la luz artificial cada noche, y voces que decían eran de dios, de dioses imaginarios e inclementes que interpretaban obscenamente música de Vivaldi en los funerales de Leopoldo María Panero, los mismos dioses que llevaron una almohada de rosas rojas al velorio de Alejandra Pizarnik, para expiar su terrible pecado de divino homicidio.

Y había un hombre muerto, que anidó en las piedras muertas de las tardes muertas, hasta que las cuencas vacías de sus ojos le mostraron a Alfonsina Storni avanzando hacia el horizonte del mar de las esperanzas utópicas. Y no, no fue un sueño, María José, quizás tu historia poética empieza ahora, subida en la barca de Caronte, protagonista al fin de tu propia vida, hacia el infinito.

Fernando Sabido Sánchez




UNAS PALABRAS DE ALFONSO BREZMES SOBRE LA POESÍA DE MJ VIDAL

HISTORIA DE UN JARDÍN MUERTO Y DE UN PÁJARO ROJO
Alfonso Brezmes


I
Hay jardines vivos y hay jardines muertos: todos lo sabemos, todos los hemos visto alguna vez;  sólo hace falta salir a buscar jardines con ojo de jardinero y no de oficinista o de ciudadano ajetreado. Y los hay también lentos y veloces, como saben los poetas futuristas y Eloy Tizón. Igual que hay pájaros de todos los colores; pero pájaros rojos hay pocos, salvo en la jungla impenetrable, en los zoológicos y en los cuadros de Chagall.
Y sin embargo, ya lo véis, aquí tenemos, como por arte de magia, un jardín muerto y un pájaro rojo dentro de un libro negro y brillante que por dentro es blanco y mate, como lo es el recuerdo de los muertos en la memoria de los vivos.
II
MJ Vidal Prado, Emperatriz de los helados, como ella misma se autodenomina en su blog, es una lámpara temblorosa que arroja luz sobre un jardín embrujado, como si de una linterna mágica se tratase, que fuera proyectando sombras chinescas sobre el frágil tapiz del recuerdo. Yo la conozco a través de las redes sociales, ese océano en el que se encuentran los supervivientes de un naufragio e intercambian sus impresiones sobre lo sucedido a bordo del barco que se hundió, cuáles fueron las causas, por qué seguimos vivos, o por qué hablamos como si aún lo estuviéramos.
“He intentado ser sublime sin interrupción, pero he tenido momentos tan vulgares que dudo que Baudelaire me acepte en su paraíso.”

Así es MJV, una mezcla de ironía y sensibilidad puesta a rodar a doscientos kilómetros por hora. Combina en sus intervenciones públicas poesía y humor, en ese delicado equilibrio que tanto disgusta a los “Poetas Oficiales” que conforman el “Establishment” y dictan con su gesto de mohín o con su ignorancia de todo lo que no sea de su agrado, las normas de la “Buena Poesía”, a riesgo de acabar convirtiéndola en algo penoso e impostado.

Es una poeta rara MJV, en el sentido más favorable de la palabra rara, poeta con todas las letras, pues no escribe meras sensaciones, sino pensamiento y visión; es su poesía antes intuición que deslumbramiento, antes reflexión que pura emoción; pero en este libro ocupa una parte muy importante la visión, las visiones. Se trata de una poeta-niña que deambula con su cabeza en una mano y una palmatoria en la otra, una niña que ha leído todos los libros y que sabe cómo terminan todos los cuentos. Y por otro lado, “poeta rara” al menos en este libro, porque se decanta por el lado oscuro y menos comercial de la Poesía, para cruzar a Tierras de penumbra, como en el libro de C.S.Lewis, que no son del gusto de la Gran mayoría, rozando el malditismo de los elegidos.

LA HERENCIA DE MJ VIDAL
-MJVP Es una poeta con la que me unen muchas cosas, y una de ellas, yo diría que la esencial, es su importante bagaje de lecturas, que la convierten en una poeta “culta”, que no cultista ni ostentosa de esa cultura, como desgraciadamente algunos creen que es la buena poesía.
Lectora voraz de Rilke, T.S. Eliot, Pound y otros poetas mayores, como Cernuda o Dámaso Alonso en España, amante de Mark Strand -lo que es indicador de su buen gusto- resuenan en este poemario más que en otros poemas que le he leído por las redes sociales la voz desgarrada de ALEJANDRA PIZARNIK y el oscurantismo lúcido de LEOPOLDO MARÍA PANERO. Hay ecos de los Cantos de Maldoror, del Conde Lautréamont y del malditismo decadente de un Baudelaire o de Rimbaud: ahí es donde debemos buscar todo lo que no está pero se escucha como música de fondo en sus poemas.
Pero todo esto no es baladí, porque este libro se hace eco de esos autores que hablan ahora a través de MJV:
De qué lugar recóndito subían las palabras a mi boca.
Qué anónimos autores escondían mis vísceras.
-Pero claro, no bastaría con que me uniese el gusto por la lectura, y los gustos literarios comunes. Con ser ello bastante, otra de las cosas que me une, por afinidad, es que MJV es una poeta-inteligente, y digo que me une eso, no porque yo lo sea, inteligente, sino porque me gusta apreciar la inteligencia detrás de los textos de los demás, ser poeta e inteligente desgraciadamente no es una redundancia -ojalá que todos los poetas lo fueran- aunque tampoco es un oxímoron, no piensen que tengo una visión tan negativa de las gentes que nos dedicamos a este oficio de malescribir versos. Lo que quiero decir es que hay personas que utilizan no sólo sus sentimientos, muy loables, sino también la razón en su escribir. Para interrogarse sobre el mundo, para ofrecer explicaciones a este sinsentido y a esta locura maravillosa de vivir, para buscar alternativas a la rutina  y a la mediocridad. Se trata pues, ésta, de una mirada que cuestiona las cosas, que quiere ver su envés, que no se conforma con el derecho y la apariencia uniforme de las cosas. Esto se ve en este libro en todos esos fogonazos que va dejando diseminados por aquí y por allá, y se ve, aún más, en otros poemas szymborskianos con que a veces nos deleita en Facebook – y a mí en particular, como ella sabe, amante clandestino de la poeta polaca desde hace años, aunque digan que está muerta.
DE QUÉ NOS HABLA MJ en este libro de título cuasi murakamiano
De todas las imágenes que se nos han ofrecido del poeta, me quedo con una, la que ofrece Isidoro Blastein al decir que “un poeta es como un cartero que corre envuelto en llamas, alguien que corre envuelto en fuego con algo en la mano que tiene que entregar”.

Aquí, en este libro, y esto que voy a decir es importante, porque es lo que diferencia a mi juicio un buen libro de un mal libro de poesía, hay alguien aquí que tiene algo urgente que decir.
Yo leo este poemario en blanco y rojo y negro, con pequeños tonos aquí y allá de un verde-jardín, que son los de la sorpresa y la emoción contenida. Ya desde el título el rojo y el negro stendhalianos nos reciben: el negro de lo muerto, el rojo de la vida, pero también el rojo de la sangre, de la herida abierta que no deja de sangrar.
Y es que tiene este libro que ahora presentamos la trama de un sudario que no quiere terminarse, porque Penélope espera ver a su Ulises vivo y no muerto. Pero tiene también el tono y la gravedad de la elegía, de quien sabe que vivir es oficio pasajero, y que somos tal vez  los fantasmas de otros que nos precedieron o de otros que nos velarán cuando queramos regresar.
Ya desde su dedicatoria “A los que fuimos”, sabemos que se nos va a hablar de la memoria, más que del deseo.  Ya desde el “Prólogo”, se nos presenta teatralmente una escenografía que funciona como apertura de telón a lo que nos espera después: un viaje a lo inquietante, al misterio, a lo perdido, a lo que fue.
Todos somos muertos en vida, todos morimos un poco y renacemos cada día, todos dejamos atrás ilusiones, sueños rotos y cumplidos, juventud, lozanía, anhelo de eternidad, todos somos hijos de lo que perdimos tanto como de lo que ganamos.
Y es que los verdaderos protagonistas del libro no somos los vivos, sino los muertos, como en la película de Amenábar, los otros, que deambulan a su antojo por los corredores del recuerdo de MJV, la niña-pájaro, es en esta su caja de recuerdos, como zombies de un  mundo pretérito y futuro que se incardina en el terreno resbaladizo entre la memoria y el deseo. Y eso nos cuenta MJV, la vida de los otros, como una  espía enviada al otro lado del muro para que luego vuelva a contarnos lo que ha visto.
- Los personajes del poemario, como ella los llama en una de las partes del libro, son esenciales en el devenir de éste. Asistimos aquí a un baile de máscaras en el que los bailarines son fantasmas, un verdadero oficio de difuntos, una ceremonia espectral en un palacio encantado por el que pasean descabezados, niñas sin pies, enanos, ahogados, prisioneros, reyes destronados, una imaginería visual de tintes david-lyncheanos, si es que se permite esa expresión sólo apta para cinéfilos- en la que predomina un narrador plural omnisciente que a veces se confunde con el yo de MJ y otras con el de todos nosotros, sus lectores, a quienes nos involucra, al sentir el escalofrío. Y es que tiene este puñado de poemas esa sensación de una mano fría en la espalda. Esa sería una de las primeras características que yo veo aquí: la búsqueda del escalofrío.
Hay un poema precisamente que se llama así, EL NARRADOR:

“Había un hombre muerto
Cuya mano vivía.
Escribía la historia.” 
E historia se escribe con minúsculas: nuestra historia, la de cada uno de nosotros, lectores del libro.
- Y junto a los personajes, el paisaje por el que deambulan éstos: la puerta, el pozo, el patio... los corredores de un palacio, una casa en ruinas, caminos subterráneos. Elementos todos que nos remiten a la imaginería gótica del siglo XIX: Horace Walpol, el castilo d Otranto, Vathek, Drácul de Coppola.
- Otra de las características de este puñado de poemas, en fin, y no quiero ser demasiado prolijo en el análisis, es la sobriedad lingüística. Se trata este libro de un compendio de visiones, de huidizas instantáneas que se valen de una economía en las palabras admirable. Son poemas cortos, esenciales, diría yo, con animus necandi, o ánimo de entrar a matar en la suerte, sin regodearse en los juegos preliminares. Que saben que no hace falta decir mucho para dejar herido a los lectores.
-    Llegué tarde  a mi muerte.
-       Recuerdo ese final que llegará.

-         A veces cuasi haikus “somos musgo en las habitaciones del Norte”

Y sin embargo, hay una última parte del libro, la cuarta, El pájaro rojo, en la que parece asomar una tímida esperanza….

…………
¿Qué ha podido generar este libro, yo me pregunto? ¿Este descenso a las sentinas del mal y del miedo, este exorcismo del lenguaje en el que la escritora saca todos sus demonios? Y es una pregunta cuya respuesta sin embargo no quiero conocer, porque la poesía –como el arte en general- no debe ofrecer respuestas. A
lgo tan etéreo y frágil como la poesía debe ofrecer múltiples lecturas, a riesgo de convertirse en prosa. Y aquí se cumple a rajatabla: se trata éste de un poemario oscuro y difícil, en el sentido de que no hablamos de una poesía fácil para el lector que busca que le hablen de amor en el sentido sentimental del término ni de pajaritos en el sentido más frívolo del término. Haya aquí amor y pájaros, pero han pasado por la terrible experiencia de la vida y de la muerte: conocen el sabor del paraíso y del infierno, y vuelven de allí para contárnoslo.
Belleza marchita, digo yo, que otros han llamado “funebrismo fantasmagórico”.
Poemas que nos remiten a cosas que nos suenan: ¿por qué? Porque se basan en los cuentos y en las pesadillas de la infancia.

Se trata, a veces, de poemas terribles, como Los enanos juegan, de resonancias panerianas y ese magnífico texto del mejor Panero “Está en venta el jardín de los cerezos”.
Y siempre, siempre, para mí muy presente, Alejandra Pizarnik… “Alejandra, Alejandra. Y detrás estoy yo, Alejandra”
 “Lloro al besar los labios de mí misma,
de mí misma tan muerta, ya, tan fría”
Qué versos tan potentes, que se graban a cuchillo en nuestros corazones indefensos:
 “La historia la escribe un hombre muerto cuya mano aún repta.”
“Tengo las manos sucias/ de haber asesinado la alegría”.

Concluyo. Nada hay en todas estas “oscuras iluminaciones” que no sea exigencia estética, arte fiel de la palabra; nada que sea fácil acomodo o fingimiento estetizante o concesión al tópico de lo gratuito o tentativa de seducción.







sábado, 6 de febrero de 2016

ALENA COLLAR, "EL CHICO DE LA CHAQUETA ROJA"


Cuando comencé a leer “El chico de la chaqueta roja”, me sedujo su lenguaje poético, rítmico, donde el paisaje y los objetos se sienten palpitar, como en la prosa de Azorín; me identifiqué con la soledad y los anhelos del protagonista, un escritor en busca de su historia.

El escritor busca su historia pero no sabe que ella también lo está buscando a él. Al adentrarme en la novela, descubro un narrador que entra y sale de lo narrado y se dirige directamente a mí, al lector, a los críticos; y un personaje, Carlos, cuya narración y cuya vida se funden. Alena Collar plantea diferentes niveles de realidad y ficción que se comunican constantemente entre sí, recordando a Borges o a Unamuno.

La novela es una reflexión sobre el acto de narrar, sobre la narración que es la propia vida, en la que irrumpen puntos de vista ajenos que alteran la trama prevista. Es también un relato de pérdidas y búsquedas. Amores, frustraciones y recuerdos que siempre nos persiguen, con símbolos como el estanque, el pantano, los tiburones que acechan. “Hay un espacio de la memoria que podría ser un estanque: un lugar. Allí donde echamos de niños lo que no queremos al final de la tarde, mientras alguien de airada voz nos grita: “niño, no enguarres el agua”…, pero ya ha caído, al agua, se dice; sí, ya ha caído la piedrecita que nos rozaba el zapato; el escarabajo muerto y la flor que no dimos a la niña rubia”.

Personajes retratados con un distanciamiento irónico, pero también con ternura, en un juego de espejos y perspectivas similar a la vida, que al fin y al cabo es eso, una maraña de ficciones que se entrelazan y confunden. “Quizá por eso se hizo escritor, se dice. Porque siempre vio los reflejos, siempre se perdió en las galerías, y nombrarlas era nombrar lo oscuro; los estanques donde aparecen los restos de los naufragios, los ahogados, las puertas cegadas, los palomares en ruinas, las cuadras inhabitadas y los chicos con chaqueta roja, escribe; coro de voces que lo llevan de la mano, no sabe por qué ni hacia dónde”.

Alena Collar ha escrito una novela que se parece a un laberinto multidireccional, una novela que trata de los propios mecanismos de la narración, donde uno, siendo lector, se siente personaje, entre la melancolía y el humor, escribiendo, preguntándose quién escribe.

Me alegré de encontrar esta obra poliédrica, después de tanto estrellarme en muros planos. Con mi agradecimiento de yonki de la literatura, acuso a Alena Collar de mantenerme enganchada a la droga de la ficción.

 

 

María José Vidal Prado

lunes, 18 de enero de 2016

Hermenéutica

Quizás faltaba síntesis
en el poema. Quizás faltaba
silencio.
Había tanto adorno que mi cuello
se separó de mi cabeza y se quedó ahogándose en lo absurdo
mientras mi cabeza volaba a las regiones de los primeros versos
y el resto de mi cuerpo se caía en los últimos.

MJ Vidal

miércoles, 4 de noviembre de 2015

POEMAS DE JACOBO RABINOWICZ

He recopilado estos poemas de Jacobo Rabinowicz, buscando aquí y allá, en mi correo, en mi muro de Facebook y en los muros de Alfonso Brezmes y Manolo Marcos. También incluyo un enlace a su página en la Antología de Poetas, Siglo XXI, de Fernando Sabido. Hay más, ojalá se publiquen.

“¿Qué más te puedo decir? Que tu opinión y la de Manolito, y la de Alfonso, sobre mi poesía, me hace... levitar.
A través de FB he aprendido a querer a personas que no conozco.”
                                                                                    (Jacobo, en un mensaje)



EL QUE LENTAMENTE SE DESPIDE
Todo el día he perdido
Buscando mis ojos
Y ahí estaban
Frente a mí 
Escrutándome
Como guardias de un campo de concentración.
El día entero
He buscado mis manos
Y no aparecían
Quizá las había dejado entre libros
O disimuladas en las manos de ella
Las encontré temblando
Débiles
Esperando quizá
Una orden mía para transformarse en puños.
He caminado hasta el agotamiento
Inquiriendo a desconocidos
Por mis piernas
Entré en casas de ortopedia
En pegajosos baños de restaurantes
Subí a colectivos atestados
De repente levanté la vista
Las descubrí 
Espiándome.
Interrogué por mi rostro.
Nadie lo había visto.
Recorrí vidrieras
Subterráneos
Espejos.
Nadie había reparado en él.
El día entero me he buscado
Me he indagado como un policía
Pregunté a vecinos 
Di vueltas por el barrio
Desempolvé cementerios.
Poco a poco
voy desapareciendo.
Jacobo Rabinowicz


SONETO UMBRÍO
Están los días en que a casa llego
y quieta, frente al pálido postigo
surge la sombra como un fiel testigo.
La sombra del que soy y seré luego.
Están las noches del febril sosiego,
la muerta cama , el dolor amigo
y otra vez la sombra, y el castigo
de odiarla y protegerla, como a un ciego.
Está la sombra vana, agazapada.
Sin ojos, sin luz y sin garganta;
pero a pesar de todo está y me canta.
Es mi viuda y lo sabe, y tiene tiempo.
Seguirá proyectándose en el suelo
cuando yo sea nada más que un duelo.



UN PRESO
Un preso.
Condenado a latidos perpetuos,
El corazón mío.
Setenta y dos años
Sin ver la luz del día
Ni la luz de la noche
Eternamente allí
En el túnel de la oscuridad más oscura
Meta sístole
Meta diástole en el interior de la caverna
No pregunta
No se mete en mi vida
No cierra por vacaciones
No coloca el cartelito me fui a almorzar
No llora.
Y mirá que lo he traicionado, eh.
Le he mentido
Lo he decepcionado
Lo he humillado.
Felonía tras felonía.
Y se obstina en seguir
Meta sístole, meta diástole
Una tras otra,
Pertinaz.
Se ciega por hacerme vivir
Mientras me va matando.
Peón que no exige aumentos
No hace paros ni piquetes
No escribe pancartas
Pidiendo justicia
U otras cosas extravagantes.
No se enamora
No se vuelve serio o alegre como el amo
No se arrepiente
No hace planes para el futuro
No espera la soldada para correr a comprar comida
Ni piensa en el sexo mientras hace su labor,
En silencio.
En el silencio más negro.
Pero es libre.
De buen corazón.
Si se lo pusieran a algún desconocido
Habría continuado latiendo,
Desinteresadamente.
Tiene dueño
Pero no lo tiene.
No le importa para quién trabaja
Y no está afiliado a partido alguno.
Late porque tiene que latir
Así como yo escribo porque tengo que escribir
Y el otro mata porque tiene que matar.
Ni siquiera sabe que lo envidio,
El pobre.



ASÍ COMO EL ÁRBOL...

Así como el árbol se confiesa con el viento
Y la memoria lo hace con el recuerdo
Así me confieso yo
Ante mí mismo.
Me perdono porque he pecado
Porque no he terminado de pecar
Porque seguiré pecando.
Me perdono porque no he buscado otra cosa
Que el dolor
Porque no he puesto los ojos en la ventura
Porque sólo me interesó el infortunio.
Llega el atardecer como un fruto agridulce
Llega el anochecer a este páramo infestado de vésperos
Como si el Tiempo retrocediera.
Como si me estuvieran ofreciendo el riesgo
De arrepentirme de lo que hice
Y de lo que he dejado de hacer.
Alguien olvidó entregarme las mañanas
Demasiado tiempo atrás
Nadie me dijo que fuera posible vivir de otra manera.
No fui enseñado a sobrevolar la risa
El encanto
Las presencias amadas.
Arrastré la vida
En vez de dejarme impulsar por ella.
De qué manera perdurable podría yo castigarme. """"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""



POEMA SESENTA Y UNO 
Suspendida en la garganta
la campana de sospechoso metal
dale que te dale
la boca abierta
los ojos cerrados
suena.
Huérfana se tañe, alocada.
Sorda a su propio eco.
Curioso en la noche enciendo luces
abro y cierro violentas sombras
interrogo los objetos cercanos a la muerte:
una lapicera
algunas fotografías,
un par de lentes
huérfanos ya de ojos.
De a pequeños sorbos bebo la sequedad, el frío.
Pronto seré mi padre.
""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""



ESPANTAPÁJAROS 
Tiempo de ir perdiendo memorias
Tiempo de ir perdiendo recuerdos.
Y dejar partir lo que nos rodea
Agonizando
Acompañados de nuestras pesadillas
Como familiares esperando abultadas herencias.
Tiempo de ser un espantapájaros clavado en el medio del desamparo
No hacer otra cosa que espantar
Espantar huellas y evocaciones
Estelas
Souvenires
Y allí
En plena orfandad
Incrustado en el erial de la indefensión
Con los brazos en cruz
Preguntarse qué hizo uno
Qué hizo de toda su vida
Y en toda su vida.
Preguntarse si valió la pena
Tanto afán tanta prisa
Tanto destajo lágrima piedad
Tanta vida
Sin siquiera
Haber matado a una sola persona.
Se va perdiendo la imagen del andén
Donde permanecen agitando la mano
Las nostalgias
Los odios bien educados.
Deberíamos haberle hecho caso a las publicidades
Be happy be cool just do it.
""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""




LLEVO MI VIDA HASTA EL CADALSO 
Llevo mi vida hasta el cadalso
Y hago descansar su cuello en el madero
Leo en voz alta sus tropelías
Le corto la cabeza.
Día tras día
Repito ese degüello
Día tras día
Rueda por la escalera
La cabeza
Y ahí se queda la vida
Sola
Separada
La nuca chorreante sobre el reseco tronco
Los brazos colgando.
Despertar por la mañana
Y degollar la vida
Con esa valentía de enfrentarte al hacha
Todas las mañanas
Elegir una corbata
Lavarse los dientes
Y que otro se ocupe en recoger las cabezas
En limpiar la sangre.
Que todo quede preparado
Para la siguiente jornada.
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Creo que este poema (de mi autoría) lo estampé en mi muro (lo amuré) hace un par de meses, pero nunca es tarde volver a pensar en Deleuze. Nunca es tarde volver a leerlo.

(A Gilles Deleuze, pensador francés suicidado el 4 de noviembre de 1995)

Un señor
Un señor parecido a otros señores
Decide un día salir de su departamento
Y no quiere hacerlo por la puerta,
No quiere dar el paso inicial a través del vano
Y colocar la suela de su zapato en el suelo.
Ese señor
Con cierta reticencia
Con cierta duda
opta salir por la ventana
y dar el paso inicial
y apoyar la suela de su zapato
en el aire.
Y éso es lo que hace.
Apoya la suela de su zapato en el aire
Sabiendo que ese aire
Está a muchos muchísimos metros del suelo
Ese señor aún vive en su departamento
Ese señor vive a mucha altura
En un edificio con infinidad de pisos
Ese señor vive como si fuera un satélite del planeta.
Tan lejano del suelo habita.
Como decía, resuelve hacer su primer paso
Apoyando el pie en el aire
Y sabiendo que no va a poder volar
Que no va a poder caminar
Que no va a poder vivir.
Y mientras cae
Mira por la ventana de cada piso
Cae de duelo en duelo
De llanto en llanto
De fatiga en fatiga
Hasta que - quizá sin darse cuenta –
Su cuerpo golpea el piso del suelo verdadero
Del suelo al que tanto anhelaba y temía llegar.
Del suelo de baldosas imperturbables, apáticas
Y hacia donde las personas corren para observar
Ese hecho curioso
Ese hecho lleno de sangre y de un par de anteojos destrozado
Como ese señor.
Ese señor ya no cree más en nada
Y sus largas uñas y su pelo quizá le sigan creciendo un poco.
Qué lástima digo,
Un señor tan unido
Tan amalgamadas sus piernas al tronco
Y sus brazos
Y su cabeza más aún,
Fusionada a su razonamiento
Siempre cavilando examinando
Hilando y razonando
Un señor tan unido en sí mismo
Estén ahora desperdigadas sus partes
Por ese pavimento que no le permitió continuar.
Ese señor ha escogido
No volver a pensar.




SINGLADURA - J. Jacobo Rabinowicz
Encuentro
(a veces sí, a veces no)
el derrotero de mi propia deriva.
Y como descubriendo las ruinas
de la oscura nave
doy con el timón oculto por el musgo,
con la dormida y herrumbrada proa.
Vaya donde vaya dejo estelas abandonadas.
Como aves marinas,
cadáveres de mis ancestros me siguen,
me persiguen,
hambrientos.
Guiado por la constante bruma
de un mar a otro voy errando
sin saber qué aguas me pertenecen,
qué cenizas me atraerán.
Danzan los horizontes a mi alrededor
(a veces sí, a veces no)
ofreciéndose.
Provocativos.
Si supieran que voy más allá de sus líneas.
Mas allá del allá, donde de nuevo
se abre la boca de la deriva. """"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""


PAULA

Se balancea la lágrima
La única lágrima
En la oscuridad de este día iluminado.

Se mece como la cuna de un recién nacido
Esta lágrima tan mayor de edad
Tan estropeada.

Resbalando a perpetuidad
Entre la nariz y la mejilla
Vuelve a caer dentro de la boca
Vuelve a tragarse
Vuelve a recorrer el agotado sendero
Y aparece nuevamente por los ojos
tímida pero segura.

Una sola lágrima,
Una sola por los dos ojos.


Vaya uno a saber qué arcano se produce
Hasta ahí llega la noción de la matemática
Para que la unidad dividido dos dé siempre dos
Y siempre uno.

Se agotan los pañuelos
Las mangas
Por esa única lágrima plural
Que deja ambos ojos enrojecidos
Desde hace ya tanto tiempo.

Caramba.
Hacer tanto escombro por una sola lágrima.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""